lunes, 27 de febrero de 2012

El huevo y la gallina

Has visto tantos huevos que todos te parecen iguales. No te importa ni el tamaño ni el color. Pero una buena tortilla de patatas no la puedes hacer con cualquier clase de huevos.

Los huevos hay que palparlos, notar como en su interior se encuentra en buen estado la yema. La clara es un tema que no tocaremos. Mejor no tocar. Y, cuando llega el momento propicio, debemos romper la cáscara. Un golpe seco, ni muy flojo ni muy fuerte, y dejar deslizar ese viscoso contenido en un plato, ni muy llano ni muy profundo. Condicionantes para batir un huevo.

Ahora, cuando el huevo ya está en el plato debemos batirlo enérgicamente, hacer que quede espumoso y uniforme, sin grumos. Y con esta absurda metáfora despedimos este blog que cierra definitivamente para abrir nuevos proyectos, nuevas ilusiones, nuevos territorios,... O tal vez no. ¡Y un huevo!

lunes, 15 de marzo de 2010

El pie en la ensalada

En ocasiones, cuando todo se va de las manos, lo mejor es darse una buena ducha fría, abrir el congelador y comerte un gran bote de helado, retozar en el sofá sin remordimientos de tener que hacer algo importante y, finalmente, cuando ya te has cansado de hacer el manta, cortarte las venas para ver con cuánta sangre eres capaz de pintar las paredes del salón.


Es agotador refugiarse en el vacío claustrofóbico de la soledad, pero de algún modo hay que vivir si queremos mantener la sangre en nuestras venas. Piensa mejor en un tono azulado para la pared del salón; el rojo enerva. ¿Cómo construirse uno mismo si "destrucción" es la palabra más compleja de tu diccionario? Eres como un autodefinido: sólo hay que rellenar tus espacios con palabras, las que tus labios no saben pronunciar por falta, por temor o por lascivo gusto.


Tu dijiste que no sería fácil. Ya lo sabías. Pero acabas por meter el pie en la ensalada cuando quieres queso fresco. La solución no eres tu sino lo que quieres llegar a ser. Así que deja tus venas tranquilas, olvida palabras como "destrucción" o "jolines" (esta por cursi) y dedícate a hacer crucigramas durante todo el tiempo que puedas. Tal vez así olvides que los huecos que te faltan por cubrir los tenemos todos.

domingo, 17 de enero de 2010

Camarero, una de romanticismo

Hace algún tiempo me sirvieron en un restaurante un postre que quitaba los sentidos. Al recibir frente a mis ojos aquel plato con aquella sugerente y excitante derrota de la razón, se escuchó a mi alrededor un "oh" profundo y un tanto envidioso. El fondo del plato estaba untado con manzana caramelizada, que desprendía un olor suave y junto al tartar bañado en chocolate endulzaban la atmósfera que rodeaba aquel lado de la mesa. Dos finísimos regueros de frambuesa dividían el postre en cuatro trozos que alguno de los presentes se tomó la libertad de ponerle su nombre. La admiración era tal por mi parte y por mis acompañantes que durante unos pocos segundos reinó el silencio y el salivar. Una guinda amarilla, como colofón a aquella experiencia que comenzaba a ser impúdica, remataba el plato. Todos se miraron, todos me miraron, yo no miré nada más que aquello. Fue hermoso, inestabilizó mi serenidad y muchas otras cosas. Pero tuve que recordar: "Camarero, yo había pedido un flan de huevo".

sábado, 2 de enero de 2010

Feliz Cifra Nueva

Tengo la sensación que un nuevo año comienza. Tal vez sea la televisión, los periódicos o los miles y millones de estúpidos efebos del "Happy New Year" que transmiten al unísono que este hecho ha sucedido. Sin embargo, mientras las cifras de los años y los siglos van correlativamente en incremento, mi vida se desenvuelve como las cifras que contiene un mes que, a pesar de que sus nombres cambien, se repiten una y otra vez los mismos números ¡hasta doce veces! Si bien es cierto que hay meses que contienen más o menos cifras que otros, esto puede suponer en mi caso más o menos penurias y delitos de conducta: un domingo más es un día más de resaca.

Mientras escribía, unas cuantas cifras atrás, en la Rue des Trois Portes unos poemas de dudosa rítmica y estrafalaria temática, caí en la cuenta de que dediqué más tiempo en mi vida a las letras que a los números. Debido a ello, mis observaciones e hipótesis poco empíricas me llevaron a conclusiones y acciones que estaban más relacionadas con cálculos matemáticos que con la actitud crítica, la reflexión y el sentido común. Y, aunque abandoné pronto este estilo de vida, escribí algún poema sobre ello del que puedo transcribir aquí algunos versos:

1 22 4 5 + % 8
22 22 % 8 123
8 - 8 2 2 2 7 6
1 1 1 + 3 4 5 43

Estoy orgulloso de haber dejado aquella etapa atrás, orgulloso de una nueva vida en la que las cifras sólo controlan nuestras vidas a través del tiempo, de las direcciones postales, de los botones del ascensor, de los canales de televisión, de las páginas de un libro, de la lista de la compra, de la temperatura del calefactor, de la intensidad de potencia contratada con la compañía de la luz, de los ingresos y los gastos, de la talla de las camisas, de la capacidad del ordenador o la velocidad de internet, de los contactos del teléfono móvil, de las cantidades exactas para la receta del "Pollo a la Jardinera" o, también, de las veces que te han dado calabazas este año.

Aún así, la vida sigue siendo cíclica y mes a mes se repiten los días, las horas, los minutos,... Las penurias no decrecerán nunca, pero tampoco amainarán sino que se irán repitiendo. Tal vez no sea una gran idea pero la felicidad está tan lejos de ser una idea que da lo mismo cuantas tengas para querer alcanzarla: ya he encargado una camiseta en la que se lee "Feliz 2011".

lunes, 14 de diciembre de 2009

Historias negras de días en blanco, I

-¿Viste el cadáver cuando cruzó la carretera?
- Era yo, idiota.
-¡Ah!- comentaban mientras bebían unas cervezas

El refugio estaba vacío mientras los dos guardianes se repartían las sobras de la cuadrilla. Un tanto rudos, bebían y se colocaban el paquete cada vez que veían pasar a un grupo de mujeres. Hoy no tenían cartas ni dinero para malgastar el tiempo en el sofá de la sala de guardia. Se debían tanto entre ellos que cada cual hubiese pagado la hipoteca del otro.

Pero comenzaba a refrescar y el porche no ofrecía ninguna seguridad ni abrigo, así que decidieron volver al interior, preparar unas tazas de largo y asqueroso café, calentar sus culos en la estufa y revisar de vez en cuando los controles y monitores. Estaban entrando cuando el ruido que se produjo en la parte de atrás de la plaza les alertó lo suficiente para abrir un código de emergencia. Tras avisar por radio a la central, se acercaron sigilosamente al lugar.

-¿Qué coño habrá sido eso?
-¿Para qué me lo preguntas si sabes que yo no tengo la respuesta?- le respondió el otro

miércoles, 11 de noviembre de 2009

De vuelta y media

Hoy ya no me tengo acostumbrado a ser yo mismo. Desde las sirenas hasta los opiáceos me han confundido la razón y la locura que no se distinguirlas entre ellas. Pero el color de lo intangible
sigue siendo el mismo: ese rojo bermellón apadrinado entre las ramas del cuerpo y el fruto del pecho. Eso no cambiará nunca, por mucha sensación de ingravidez que se tenga o desgracia, que al fin y al cabo viene a ser parecido.

Un día, jugando a la ruleta rusa en beoda compostura, nos percatamos que el tiempo había pasado tan deprisa que habíamos de seguir viviendo no una ni dos, ni tres ni cuatro, tal vez hasta setenta veces lo que no habíamos vivido antes. Y dijo el poeta entonces: "si debes morir amando, que se jodan los amantes". Y no le faltó razón... hasta que amamos. Y encontramos destino y paraíso entre las copas de los árboles, en las llanuras y estuarios y en la tan odiosa cama. Y rebozamos nuestros cuerpos en compungida inocencia y en ardoroso amancebamiento.

Y, sólo entonces, mi presencia hizo efecto. Volver de mi a ser quien nunca he sido, a ser quien seré para saber que he sido quien nunca quise ser. Y el poeta me dijo: "Abandona la jardinería".

domingo, 22 de febrero de 2009

La caída

Poco a poco desaparecía de su horizonte, y en esa curvatura comenzaban a definirse la tristeza y el dolor. Comenzó a sentir ese cosquilleo inquietante en la nariz, una especie de refrescante mentolado pero con una desagradable sensación que presagiaba lo que venía después. Ese cosquilleo que apuntaba su nariz hacia el cielo, delató la inversa sonrisa que dibujaban sus labios y cómo iba desencajándose la mandíbula, tanto que sentía que podría tocar sus rodillas con ella. El triste frescor de su nariz provocaba que sus mejillas se enfrentaran con sus ojos como una lucha por conseguir el territorio o, tal vez, por impedir un hecho inevitable. Los párpados arrugados contra sus mejillas temblaban y las manos se acercaban peligrosamente a la cara, mientras de su garganta comenzaba a salir un débil pero angustioso quejido. El suelo se hundía en sus rodillas y el cuerpo se volvía frágil cristal que se doblaba sobre si mismo. Se prendía, de dentro a fuera, un fuego que compungía el corazón y demás órganos vitales, extendiéndose desde el pecho hasta el cuello, arrancando un alarido por la boca y atravesando las fosas nasales hasta las pupilas ocultas tras la derrota. Ahí, en ese punto álgido del malestar y la tristeza; ahí, donde el adiós se vuelve más real que cualquier miseria conocida; ahí nacieron las lágrimas, que recorrían desde el cielo de su rostro hasta la tierra de su cuerpo olvidado.