sigue siendo el mismo: ese rojo bermellón apadrinado entre las ramas del cuerpo y el fruto del pecho. Eso no cambiará nunca, por mucha sensación de ingravidez que se tenga o desgracia, que al fin y al cabo viene a ser parecido.
Un día, jugando a la ruleta rusa en beoda compostura, nos percatamos que el tiempo había pasado tan deprisa que habíamos de seguir viviendo no una ni dos, ni tres ni cuatro, tal vez hasta setenta veces lo que no habíamos vivido antes. Y dijo el poeta entonces: "si debes morir amando, que se jodan los amantes". Y no le faltó razón... hasta que amamos. Y encontramos destino y paraíso entre las copas de los árboles, en las llanuras y estuarios y en la tan odiosa cama. Y rebozamos nuestros cuerpos en compungida inocencia y en ardoroso amancebamiento.
Y, sólo entonces, mi presencia hizo efecto. Volver de mi a ser quien nunca he sido, a ser quien seré para saber que he sido quien nunca quise ser. Y el poeta me dijo: "Abandona la jardinería".