lunes, 15 de marzo de 2010

El pie en la ensalada

En ocasiones, cuando todo se va de las manos, lo mejor es darse una buena ducha fría, abrir el congelador y comerte un gran bote de helado, retozar en el sofá sin remordimientos de tener que hacer algo importante y, finalmente, cuando ya te has cansado de hacer el manta, cortarte las venas para ver con cuánta sangre eres capaz de pintar las paredes del salón.


Es agotador refugiarse en el vacío claustrofóbico de la soledad, pero de algún modo hay que vivir si queremos mantener la sangre en nuestras venas. Piensa mejor en un tono azulado para la pared del salón; el rojo enerva. ¿Cómo construirse uno mismo si "destrucción" es la palabra más compleja de tu diccionario? Eres como un autodefinido: sólo hay que rellenar tus espacios con palabras, las que tus labios no saben pronunciar por falta, por temor o por lascivo gusto.


Tu dijiste que no sería fácil. Ya lo sabías. Pero acabas por meter el pie en la ensalada cuando quieres queso fresco. La solución no eres tu sino lo que quieres llegar a ser. Así que deja tus venas tranquilas, olvida palabras como "destrucción" o "jolines" (esta por cursi) y dedícate a hacer crucigramas durante todo el tiempo que puedas. Tal vez así olvides que los huecos que te faltan por cubrir los tenemos todos.

domingo, 17 de enero de 2010

Camarero, una de romanticismo

Hace algún tiempo me sirvieron en un restaurante un postre que quitaba los sentidos. Al recibir frente a mis ojos aquel plato con aquella sugerente y excitante derrota de la razón, se escuchó a mi alrededor un "oh" profundo y un tanto envidioso. El fondo del plato estaba untado con manzana caramelizada, que desprendía un olor suave y junto al tartar bañado en chocolate endulzaban la atmósfera que rodeaba aquel lado de la mesa. Dos finísimos regueros de frambuesa dividían el postre en cuatro trozos que alguno de los presentes se tomó la libertad de ponerle su nombre. La admiración era tal por mi parte y por mis acompañantes que durante unos pocos segundos reinó el silencio y el salivar. Una guinda amarilla, como colofón a aquella experiencia que comenzaba a ser impúdica, remataba el plato. Todos se miraron, todos me miraron, yo no miré nada más que aquello. Fue hermoso, inestabilizó mi serenidad y muchas otras cosas. Pero tuve que recordar: "Camarero, yo había pedido un flan de huevo".

sábado, 2 de enero de 2010

Feliz Cifra Nueva

Tengo la sensación que un nuevo año comienza. Tal vez sea la televisión, los periódicos o los miles y millones de estúpidos efebos del "Happy New Year" que transmiten al unísono que este hecho ha sucedido. Sin embargo, mientras las cifras de los años y los siglos van correlativamente en incremento, mi vida se desenvuelve como las cifras que contiene un mes que, a pesar de que sus nombres cambien, se repiten una y otra vez los mismos números ¡hasta doce veces! Si bien es cierto que hay meses que contienen más o menos cifras que otros, esto puede suponer en mi caso más o menos penurias y delitos de conducta: un domingo más es un día más de resaca.

Mientras escribía, unas cuantas cifras atrás, en la Rue des Trois Portes unos poemas de dudosa rítmica y estrafalaria temática, caí en la cuenta de que dediqué más tiempo en mi vida a las letras que a los números. Debido a ello, mis observaciones e hipótesis poco empíricas me llevaron a conclusiones y acciones que estaban más relacionadas con cálculos matemáticos que con la actitud crítica, la reflexión y el sentido común. Y, aunque abandoné pronto este estilo de vida, escribí algún poema sobre ello del que puedo transcribir aquí algunos versos:

1 22 4 5 + % 8
22 22 % 8 123
8 - 8 2 2 2 7 6
1 1 1 + 3 4 5 43

Estoy orgulloso de haber dejado aquella etapa atrás, orgulloso de una nueva vida en la que las cifras sólo controlan nuestras vidas a través del tiempo, de las direcciones postales, de los botones del ascensor, de los canales de televisión, de las páginas de un libro, de la lista de la compra, de la temperatura del calefactor, de la intensidad de potencia contratada con la compañía de la luz, de los ingresos y los gastos, de la talla de las camisas, de la capacidad del ordenador o la velocidad de internet, de los contactos del teléfono móvil, de las cantidades exactas para la receta del "Pollo a la Jardinera" o, también, de las veces que te han dado calabazas este año.

Aún así, la vida sigue siendo cíclica y mes a mes se repiten los días, las horas, los minutos,... Las penurias no decrecerán nunca, pero tampoco amainarán sino que se irán repitiendo. Tal vez no sea una gran idea pero la felicidad está tan lejos de ser una idea que da lo mismo cuantas tengas para querer alcanzarla: ya he encargado una camiseta en la que se lee "Feliz 2011".