lunes, 14 de diciembre de 2009

Historias negras de días en blanco, I

-¿Viste el cadáver cuando cruzó la carretera?
- Era yo, idiota.
-¡Ah!- comentaban mientras bebían unas cervezas

El refugio estaba vacío mientras los dos guardianes se repartían las sobras de la cuadrilla. Un tanto rudos, bebían y se colocaban el paquete cada vez que veían pasar a un grupo de mujeres. Hoy no tenían cartas ni dinero para malgastar el tiempo en el sofá de la sala de guardia. Se debían tanto entre ellos que cada cual hubiese pagado la hipoteca del otro.

Pero comenzaba a refrescar y el porche no ofrecía ninguna seguridad ni abrigo, así que decidieron volver al interior, preparar unas tazas de largo y asqueroso café, calentar sus culos en la estufa y revisar de vez en cuando los controles y monitores. Estaban entrando cuando el ruido que se produjo en la parte de atrás de la plaza les alertó lo suficiente para abrir un código de emergencia. Tras avisar por radio a la central, se acercaron sigilosamente al lugar.

-¿Qué coño habrá sido eso?
-¿Para qué me lo preguntas si sabes que yo no tengo la respuesta?- le respondió el otro

miércoles, 11 de noviembre de 2009

De vuelta y media

Hoy ya no me tengo acostumbrado a ser yo mismo. Desde las sirenas hasta los opiáceos me han confundido la razón y la locura que no se distinguirlas entre ellas. Pero el color de lo intangible
sigue siendo el mismo: ese rojo bermellón apadrinado entre las ramas del cuerpo y el fruto del pecho. Eso no cambiará nunca, por mucha sensación de ingravidez que se tenga o desgracia, que al fin y al cabo viene a ser parecido.

Un día, jugando a la ruleta rusa en beoda compostura, nos percatamos que el tiempo había pasado tan deprisa que habíamos de seguir viviendo no una ni dos, ni tres ni cuatro, tal vez hasta setenta veces lo que no habíamos vivido antes. Y dijo el poeta entonces: "si debes morir amando, que se jodan los amantes". Y no le faltó razón... hasta que amamos. Y encontramos destino y paraíso entre las copas de los árboles, en las llanuras y estuarios y en la tan odiosa cama. Y rebozamos nuestros cuerpos en compungida inocencia y en ardoroso amancebamiento.

Y, sólo entonces, mi presencia hizo efecto. Volver de mi a ser quien nunca he sido, a ser quien seré para saber que he sido quien nunca quise ser. Y el poeta me dijo: "Abandona la jardinería".

domingo, 22 de febrero de 2009

La caída

Poco a poco desaparecía de su horizonte, y en esa curvatura comenzaban a definirse la tristeza y el dolor. Comenzó a sentir ese cosquilleo inquietante en la nariz, una especie de refrescante mentolado pero con una desagradable sensación que presagiaba lo que venía después. Ese cosquilleo que apuntaba su nariz hacia el cielo, delató la inversa sonrisa que dibujaban sus labios y cómo iba desencajándose la mandíbula, tanto que sentía que podría tocar sus rodillas con ella. El triste frescor de su nariz provocaba que sus mejillas se enfrentaran con sus ojos como una lucha por conseguir el territorio o, tal vez, por impedir un hecho inevitable. Los párpados arrugados contra sus mejillas temblaban y las manos se acercaban peligrosamente a la cara, mientras de su garganta comenzaba a salir un débil pero angustioso quejido. El suelo se hundía en sus rodillas y el cuerpo se volvía frágil cristal que se doblaba sobre si mismo. Se prendía, de dentro a fuera, un fuego que compungía el corazón y demás órganos vitales, extendiéndose desde el pecho hasta el cuello, arrancando un alarido por la boca y atravesando las fosas nasales hasta las pupilas ocultas tras la derrota. Ahí, en ese punto álgido del malestar y la tristeza; ahí, donde el adiós se vuelve más real que cualquier miseria conocida; ahí nacieron las lágrimas, que recorrían desde el cielo de su rostro hasta la tierra de su cuerpo olvidado.

miércoles, 4 de febrero de 2009

El desafío nocturno

Entre la tozudez, la terquedad y el hastío de vivir a dos pies, calló al suelo sin valor alguno para levantarse. Su compañera de vida, terriblemente angustiada por el fracaso aún no concebido, sabía que no podría hacer el esfuerzo suficiente para alzar el peso de un hombre despojado de su honor y coraje de otro tiempo, al menos del tiempo en el que él creía tenerlos. Valoró la gravedad del asunto, estimó los detalles que recompondrían aquel momento en pasajero, se armó de valor, tal vez más presuntuoso que real, y movió cuanto pudo haber movido del hastío, la terquedad y la tozudez hasta el lado opuesto de la sala.



El tiempo pesaba tanto en las arrugas y los huesos que la vida se escapaba por la boca y por los ojos con el valor de soportar lo insoportable. Finalmente, cogió aire, todo el que pudiese quedar en aquella sala, volvió a armarse de valor y pidió auxilio. El camino que recorría no podía hacerlo sola ni acompañada de la tozudez, la terquedad y el hastío. Blandió el teléfono y el auxilio llegó para socorrerla.

sábado, 31 de enero de 2009

La noche ignorante


El torpe aleteo de una mosca despistada cabía entre las dos manos, fuertemente unidas como las de un mendigo que resguarda su mendrugo de pan. El aire no podía escapar pero tampoco entrar y el cosquilleo entre los dedos se hacía cada vez más irresistible, hasta tal punto que la duda habitó durante escasos segundos en la presa del insecto. Decidir si la vida de la mosca es más importante que soportar el desagradable roce de las alas en las manos era la única preocupación, inconsistente e insustancial, de los últimos minutos de la noche. Son ignorantes los sentidos cuando lo que pesa en el alma es aquello en lo que nos convertimos día a día. Finalmente, decidió abrir su mano y lo que encontró en ella era cuanto hubiese querido hallar en su mismo ser.

miércoles, 21 de enero de 2009

El día que partí de noche


Pasaré mi vida entera mirando a mi alrededor, buscando la noche... El día es un subterfugio de añoranzas para resguardar mi cabeza y mi pecho de un dolor persistentemente ignorante. Impávido ante la desestructura del cuerpo, de la mente y del corazón, sigo buscándola en mis sueños, en mi imperceptible realidad, como la lluvia al suelo o el mar al cielo en el horizonte finito de una bola de crital.
Todo amanece desquiciado y aborrecido porque no hay mayor mentira que los sueños nunca pueden ser verdad, hasta que despiertas y enloqueces entre los rayos del sol y el mundo a tempo prestissimo y deshumanizadora claridad.


Siempre queda la esperanza, emborronada por las lágrimas y el café derramado. ¿Tal vez nos equivocamos cuando elegimos la noche para dormir y el día para sobrevivir? Los sueños siempre nos permiten sobrevivir cada día pero sin sueños vivimos muriendo hasta que el mundo acabe con nosotros.

viernes, 9 de enero de 2009

Ladrones de la Noche

Si un día no te encuentras en mitad de las sombras,
si un día cualquiera no sabes dónde quieres vivir,
si un día, una semana, un mes, 31.536.000 segundos
más tarde vives para contarlo...

Eres ladrón o ladrona de la noche.

Bienvenido/a