domingo, 17 de enero de 2010

Camarero, una de romanticismo

Hace algún tiempo me sirvieron en un restaurante un postre que quitaba los sentidos. Al recibir frente a mis ojos aquel plato con aquella sugerente y excitante derrota de la razón, se escuchó a mi alrededor un "oh" profundo y un tanto envidioso. El fondo del plato estaba untado con manzana caramelizada, que desprendía un olor suave y junto al tartar bañado en chocolate endulzaban la atmósfera que rodeaba aquel lado de la mesa. Dos finísimos regueros de frambuesa dividían el postre en cuatro trozos que alguno de los presentes se tomó la libertad de ponerle su nombre. La admiración era tal por mi parte y por mis acompañantes que durante unos pocos segundos reinó el silencio y el salivar. Una guinda amarilla, como colofón a aquella experiencia que comenzaba a ser impúdica, remataba el plato. Todos se miraron, todos me miraron, yo no miré nada más que aquello. Fue hermoso, inestabilizó mi serenidad y muchas otras cosas. Pero tuve que recordar: "Camarero, yo había pedido un flan de huevo".

1 comentario:

  1. despues de ese delicioso postre como te pudo venir a la cabeza el simple flan de huevo???

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